Lewis Hamilton y Arsène Wenger. Dos leyendas de sus respectivos deportes. Un siete veces campeón de F1 y el único entrenador de la Premier League en terminar una temporada invicto.
Sus nombres quedarán para siempre en la memoria de los aficionados de Arsenal, Mercedes y del deporte en general. Pero, ¿qué tienen en común estos gigantes? Ambos han batallado con el difícil arte de saber cuándo es hora de decir adiós.
No pretendo criticar la decisión de Hamilton de unirse a Ferrari. Cuando se dieron a conocer los titulares, mi entusiasmo fue tal que me costó asimilar la noticia. Sin embargo, con el paso del tiempo ha quedado claro que este cambio no ha traído los resultados esperados.
Hemos sido testigos de cómo un piloto, afectado tanto por el paso del tiempo como por las limitaciones tecnológicas, ha perdido poco a poco esa chispa que lo hizo único. Las entrevistas tras la carrera ya no transmiten la emoción de antaño y, además, su falta de agresividad en la pista se hace cada vez más patente.
De cualquier modo, es innegable que Hamilton brilla como el mayor piloto de la era moderna, dejando a un lado cualquier debate sobre quién es el mejor de todos los tiempos.
El caso me recuerda a otra figura inolvidable del deporte: Arsène Wenger. Durante los años noventa, apoyar a Arsenal era sinónimo de escuchar su nombre. Recuerdo que incluso le preguntaba a mis padres si el club debía su identidad a él o, viceversa, él al equipo.
Wenger parecía capaz de lograr lo imposible; todo lo que tocaba se convertía en oro, tal como se evidenció en la temporada 2003/04. Sin embargo, casi de repente, esos tiempos de gloria dieron paso a situaciones de estancamiento en el top cuatro. Con el paso del tiempo, las antiguas victorias se fueron empañando, haciendo emergir la amarga lección de que a veces hay que tener cuidado con lo que se desea.
Siempre sostendré que Wenger mereció marcharse en el momento en que lo consideró oportuno, dada la magnitud de su impacto en el club. Lamentablemente, hubiese sido preferible verlo retirarse antes, ya que cada temporada sin nuevos trofeos amenaza con empañar su legado. Algunos aún se resisten a olvidar sus últimos años, probablemente influenciados por las heridas dejadas por la era Unai Emery.
Ahora, me preocupa presenciar que Hamilton siga el mismo camino hacia el estancamiento que marcó el ocaso de Wenger. Se enfrenta a la constante presión de demostrar que aún conserva la habilidad y espíritu de sus días más gloriosos, a pesar de que su contrato se extiende hasta el próximo año y con importantes cambios regulatorios en el horizonte.
El cambio a Ferrari no ha sido partidario de Lewis Hamilton
La lucha diaria por revivir esos días de gloria parece cada vez más cuesta arriba. La ambición de lograr un octavo título mundial y consolidarse en la cima del equipo más emblemático de la F1 impulsa a Hamilton a asumir riesgos considerables. No obstante, es fundamental que sepa reconocer el momento en que ya ha dado lo suficiente.
Espero sinceramente que, dentro de un año, Hamilton decida poner fin a su carrera mientras se mantiene en lo más alto. Su partida dejaría un vacío imborrable, pero los recuerdos de sus siete campeonatos prevalecerán sobre cualquier error futuro. Por favor, Lewis, aprende de las lecciones de Wenger y despídete dejando la F1 en condiciones de grandeza, antes de que el deporte te deje a ti.
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